Vea y oiga, este país está severamente jodido
y quedará peor si usted no recapacita.
Se lo digo en serio. No es esta una folclórica
manera de prevenirlo para abrir los ojos y aguzar los oídos, es válido llamado para
despertar su interés y convocarlo a la cordura, a la responsabilidad social, al
ejercicio lógico de razonar antes de actuar, de invitarlo a no marchar como
borrego al sacrificio, de recordarle que
como ciudadano colombiano tiene el deber de contribuir a contener esta orgía de engaños, y
la necesidad histórica de evitarle a las generaciones del futuro el extremo sufrimiento
de sucumbir trituradas por la brutalidad de un aparato tiránico.
No exponga a Colombia, su patria, al autoritarismo,
al populismo, al indignante mecanismo totalitario
que en estos momentos conculca libertades y derechos del pueblo venezolano, que
obstaculiza e impide adelantar legítimo referendo democrático para que los
ciudadanos procedan a revocar el mandato al monigote sostenido por mafias de la
cocaína y el petróleo.
Es hora de ponerle freno a esta loca empresa
autodestructiva, de evitar las humillaciones soportadas por esa sociedad
caribeña que confió en la restauración de sublimes ideales bolivarianos, pero terminó
estrellada contra el puño feroz de bastardos predicadores de libertad, de esos que mediante
ilegítima utilización de la autoridad electoral, envilecimiento de la cúpula
militar, y control carnavalesco del poder judicial, convirtieron el territorio
de Venezuela en seguro refugio de bandidos extranjeros.
El creciente mercado internacional de
sustancias estupefacientes es combustible que alimenta el atropello a los
derechos fundamentales, la máquina que induce a la desmoralización de la
juventud, la peste que agiganta los problemas sociales, el sedante que propicia
la ruptura de valores, el gestor invisible de la corrupción administrativa, el
acelerador de la desestabilización institucional, y el factor causante de la muerte física de
miles de conciudadanos seducidos por el espejismo de enriquecimientos rápidos y
falaces escalamientos en la pirámide de poder.
Mediante fantasioso arrastre de perversa
publicidad quieren hacerle creer, a quienes no tienen facultades dialécticas cultivadas
en la academia, a quienes ciegamente confían en la buena fe de burócratas
gobiernistas, de enredadores, sofistas, y asalariados difusores de paraísos
imposibles, que a Colombia le llegan horas de plácido sosiego, y que milenarias
dificultades naturalmente derivadas del status social, económico, cultural,
ambiental, y hasta de la estructura psicológica
de los pueblos, se solucionarán a fuerza de estrambóticas directrices con
enfoques regionales, comunitarios y socializantes.
Hoy Colombia es victima de una estafa. El
verdadero camino de la paz no puede construirse aireando cultivos de
plantaciones delincuenciales. Lo que verdaderamente contribuye a propiciar aceptables
condiciones de respetuosa convivencia, desarrollo económico y justicia social,
es la lucha persistente contra las expresiones criminales y contra todo desacato al orden
constitucionalmente establecido.
Lo que se necesita es un Estado serio que no
claudique ante la ilicitud ni se deje cautivar por habilidosas promesas de
mafiosos empedernidos.
Lea, todavía tiene tiempo para descubrir que
los acuerdos habaneros son trampa armada para poder decir que el Estado
colombiano no cumplió sus compromisos, y
que el conflicto nunca terminó.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
23.09.16
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